lunes, 1 de febrero de 2016

El tiempo

“Por eso, en casa el tiempo no acababa nunca, sabes. De pelea en pelea, casi sin comer. Y para colmo, la religión, ah, eso no te lo puedes imaginar. Cuando el maestro me consiguió un saxo que te hubiera muerto de risa si lo ves, entonces creo que me di cuenta en seguida. La música me sacaba del tiempo, aunque no es más que una manera de decirlo. Si quieres saber lo que realmente siento, yo creo que la música me metía en el tiempo. Pero entonces hay que creer que este tiempo no tiene nada que ver con… bueno, con nosotros.”

Julio Cortázar
El Perseguidor


No soy una persona especialmente religiosa, no se si el tiempo de Dios sea perfecto. De lo que si estoy clara es que la política lleva su ritmo, y que ese ritmo, ese tempo, depende de factores muy diversos, que nada se parecen a los deseos individuales de cada uno.

Recientes debates políticos que hemos presenciado nos hacen preguntarnos sobre que tan conectados con la realidad están y han estado ciertos liderazgos, en especial aquellos para los que el tiempo se acaba, aquellos que no pueden esperar. A mi ese “no podemos esperar más” se me parece más a un “no tengo ganas de trabajar y construir a mediano plazo una solución estable y coherente”. También ocurre que quienes “no pueden esperar” sienten desdén por la historia. Pareciera que viven en un eterno presente, no quieren volver la cara al pasado para aprender, ni quieren mirar al futuro para construirlo: lo quieren todo ¡YA! 

Venezuela ha sufrido en todas sus esferas un proceso de destrucción, de involución hacia el primitivismo más puro, desde hace al menos veinte años. El que los venezolanos, todos, estemos luchando por conseguir comida, por alimentar a nuestros hijos, por proveernos de medicinas hasta las más elementales, es una señal inequívoca de nuestro atraso como sociedad. Muchos parecen tener pena o miedo de asumirlo, pero los venezolanos hoy en día no tenemos suficiente para comer.

Los venezolanos, ustedes y yo, difícilmente cubrimos nuestras necesidades más elementales. Mientras en otros países vecinos, fronterizos para más señas, hablan de desarrollo tecnológico, productividad, crecimiento económico y calidad de vida, nosotros estamos discutiendo sobre abastecimiento de comida y de medicinas. No les de pena! Asúmanlo, somos un país sumamente primitivo y atrasado. 

Debatir asuntos vanguardistas sin solventar nuestras necesidades más primarias, no nos convierte en un país moderno. Nos convierte en unos acomplejados con la cabeza en Oslo y los pies en Caracas, sobreviviendo a la inseguridad, a los pranes, a la escasez de acetaminofén y al desabastecimiento de harina de maíz. Pero eso sí, interesados en el Iphone 6sPlus, peleando el cupo CADIVI y diciendo que no hay prioridades, que aquí hay que caminar y mascar chicle.

Les cuento que si a un bebé recién nacido, que lo que hace es comer, dormir y ensuciar pijamitas lo ponemos a mascar chicle, seguro se lo traga. Y si lo soltamos a que camine, se va a caer y se va a esmadrar la cabeza. Hay mucho bebé que alimentar y enseñar y sacar adelante, antes de que esté en capacidad de caminar o de hacer globitos de chicle. 

Les guste o no, hay debates prioritarios, hay cosas inmediatas que requieren mucho trabajo, mucho consenso, mucho debate. Yo también quiero vivir en un país de primer mundo donde el debate sobre la igualdad de género no parta de epítetos descalificadores y obsolescencia religiosa. Pero en la Asamblea Nacional sigue estando Pedro Carreño, por ejemplo. Venezuela aún no es ese país de primer mundo. En Venezuela no hay comida y los malandros están mejor armados que los policías.

Ocurre lo mismo con la necesidad de cambiar el gobierno. Las fórmulas mágicas inmediatas, las soluciones “alkaseltzer” efervescentes e instantáneas que nos han sido propuestas, olvidan un detallito que parece irrelevante: todas las soluciones constitucionales establecen procedimientos, trámites y tiempos y requieren de un acuerdo nacional, de todos los venezolanos. 

Aquí se habló de pedirle la renuncia al Presidente en 2014. No renunció y siguieron pidiéndole la renuncia como salida a la crisis. No renunció. Empezaron a recoger firmas para convocar una Asamblea Nacional Constituyente, sin decir que proponían, sin explicar cómo se convoca, sin contar con la gente. No convocaron nada. Lo mismo pasó con la enmienda. Puro slogan publicitario, mucho backing para emitir declaraciones y muy poca gente.

Desde 2012 Henrique Capriles quiere cambiar el gobierno. Fue a elecciones contra el todopoderoso Chávez, perdió. Con 20 puntos de diferencia en contra, fue a elecciones contra Nicolás Maduro, cuando ningún otro quiso postularse, y perdió por un punto porcentual. Trazó su estrategia y dijo que había que construir una mayoría electoral que venciera el sistema ventajista y corrupto, y lo logró. Ahí están los resultados del 6 de diciembre de 2015. 

Recientemente, Capriles declaró que la negativa del gobierno de responsabilizarse y enfrentar la crisis, plantea la urgente necesidad de debatir con la gente cuál es el mecanismo para cambiar el gobierno. Sin recetas mágicas, sin soluciones instantáneas, hay que debatir con la gente, con los que votan, con los que van a trabajar para sacar el país adelante, con ellos, hay que construir el mecanismo para cambiar al gobierno.

No hay ruta corta. Eso no existe sin dejar a su breve paso un reguero de más muerte, más miseria y más que reconstruir. Nuestro país, nuestra sociedad, requiere acuerdos, requiere un plan de vuelo en el que todos estemos comprometidos y que neutralice a los radicales que nos han traído hasta aquí. Eso sólo se construye con inclusión, con debate, con respeto a las diferencias y con negociación.

Que los desesperados con agenda personal y sin conexión con la gente no nos saquen del tiempo. 


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