jueves, 28 de abril de 2016

No es lo mismo, ni es igual, pero casi


Los venezolanos fuimos la democracia más antigua del continente. El Pacto de Punto Fijo y la Constitución de 1961 sembraron en nosotros el espíritu democrático con el que se modernizó el país hasta convertirlo en destino apetecible para la inversión, el desarrollo, el turismo.

Sin embargo, la estructura de gobierno y de la administración pública se desgastó, exigía una renovación que se pusiera a tono con las exigencias del país y del mundo, requería la diversificación de nuestra economía, la inversión privada. Necesitábamos un gobierno que se modernizara a la par del país y que atendiera el rezago social que se fue creando en perjuicio de miles de venezolanos que se encontraban sumidos en la pobreza.

Ante esa coyuntura la clase política venezolana, heredera de la lucha por la democracia desde comienzos de siglo, no estuvo a la altura de las exigencias sociales. La gente pedía revisión y los cálculos políticos retrasaron los procesos de reforma del estado, mientras algunos egos se aprovecharon del desafortunado intento de golpe de estado del 4 de febrero de 1992, para colarse en el descontento y saldar deudas personales a cargo del futuro del país. Así como José Luzardo clavó en el bahareque la lanza con que mató a su hijo, los padres de la democracia venezolana la asesinaron.

En 24 años los venezolanos hemos padecido las crisis más profundas, alternadas por una ocasional bonanza petrolera sin precedentes. Esos difíciles contrastes que han impactado pavorosamente nuestra calidad de vida, no han mellado nuestra conciencia de democracia primogénita. Hemos resistido los embates de un gobierno autoritario y personalista sin que la oposición al gobierno haya dejado de serlo, sin que los ciudadanos hayamos sucumbido en nuestros reclamos de más y mejor democracia y muy significativamente: sin ceder a la tentación de combatir el autoritarismo con más autoritarismo.

Al igual que en los 80, el país reclama cambios, reformas profundas no sólo en la estructura del Estado sino también en esa clase política que nos gobierna y en aquella que aspira gobernarnos. El pueblo venezolano ha demostrado que esos cambios serán a través de los mecanismos que ofrece la Constitución, o no serán.

La paciencia del venezolano pone en cabeza de los líderes de la oposición la responsabilidad de contribuir a que los cambios políticos se lleven adelante de manera democrática, y que las posiciones de los partidos políticos trasciendan los personalismos y escuchen a su militancia, que en este momento no piensa en candidatos sino en soluciones. A los venezolanos no nos interesa –simplemente no nos interesa- el plan que cada uno de los líderes opositores ha diseñado para sí; apoyaremos las soluciones que nos involucren a todos y nos den la capacidad de decidir el destino de nuestro país.

El gobierno, el chavismo, tiene la oportunidad de oro de escuchar y entender también a su militancia, dar un paso a un lado y permitirse reinventarse, repensarse y avanzar. Aferrarse al poder por el poder mismo, no porque el poder lo sea todo, sino porque es lo único que les queda, sólo garantizará su extinción.


La historia es un espiral, decía alguien por allí y a mi me gusta esa idea. El país está en ese momento preciso en que el capullo o florece o se seca en la mata. Esperemos que esta vez no volvamos a equivocarnos. 

2 comentarios:

  1. Inteligente y sensato! Pero son esta clase de personas inteligentes y sensatas las que llegan al poder?...este pueblo todavía vive del pónganme donde hay y el quítate tú pa poneme yo....el rentismo lo llevamos en los tuétanos...

    ResponderEliminar